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Mensajes - lenadebotton

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En Europa, hoy vuelven a asomar las sombras del racismo, antisemitismo y la intolerancia que en otros momentos la atacaron. En los países Nórdicos fuerzas políticas de ultraderecha se encuentran en el umbral del gobierno, en Francia amenazan en ser primera fuerza política, en Austria ya es la segunda o, entre otras, en la Hungría que Eichmann modeló como homogénea a través de la deportación, gitanos y judíos vuelven a ser el punto de mira de una revigorizada ultra-derecha.

Y es que finalmente el Nazismo, aunque derrotado en 1945, ganó: consiguió una Europa casi sin judíos y también sin gitanos (entre otros grupos)… en definitiva una Europa sin diversidad y por tanto pobre humanamente. Este prejuicio no es contemporáneo, hunde sus raíces en la historia. Así por ejemplo, España, ya había sido testigo de una limpieza étnica de moriscos y judíos durante la edad media, y la consiguiente persecución y discriminación del pueblo Roma. En consecuencia, esta herencia nos obliga y exige reflexionar sobre nuestras actitudes hacia los que son distintos y con los que sin embargo convivimos (o conviviremos) en el espacio público.

Y en este contexto social preocupante de hoy, la obra de H. Arendt continúa siendo reivindicada por la academia. El artículo de R. Flecha en Periódico Escuela ya nos alerta de las diferencias y con ello de las distintas consecuencias de basarnos en intelectuales comprometidos con la verdad y con la transformación, de aquellos que no lo están. Así, Arendt se plantea un interesante e importante análisis sobre el mal en diversas obras. En su análisis hay dos aspectos a tomar en consideración, no obstante con desenlaces distintos.

El sistema totalitario nazi, cuenta entre sus mecanismos, la de hacer partícipe a la propia víctima de su agresión y asesinato como en una especie de espejismo del verdugo. Arendt, prisionera y fugitiva por su condición de judía de un campo de internamiento en Francia, nos llama a reflexionar sobre el papel que el ser humano puede jugar en situaciones confrontados al poder. No obstante, sus conclusiones son demoledoras en cuanto a la relativización de éste poder y concretamente sobre la responsabilidad de la devastación causada por el Nazismo.

En este sentido, Arendt nos insinúa que aquella parte de judíos que se convirtieron en una pieza de la maquinaria nazi contribuyeron al basto genocidio de su propio pueblo (del que a su vez ellos mismos fueron eliminados). En esta difícil disyuntiva dentro del nazismo, nos dirá Primo Levi (superviviente de Auswitch), el verdadero acto heroico es la persistencia de ser sencillamente Humano. Y en esta corriente humanista es en la que entronca también la intelectual judía Simone Weil que perdió la vida durante el nazismo.

Y es que Arendt se desprende en su análisis de la ética, cometiendo así un grave error de interpretación cuando señala a las víctimas como corresponsables de las consecuencias del nazismo. Incluso hace cómplice al propio judaísmo de contribuir al antisemitismo cuando nos dice en su obra “los orígenes del totalitarismo” que fue la historiografía judía con su fuerte predisposición polémica y apologética la que acometió la búsqueda de rastros de odio a los judíos en la historia cristiana (…). Quizás su flirteo con la intelectualidad nazi pueda explicar su doble discurso, su contradicción vital.
 
Y es que ¿Podría, por ejemplo, una mujer violada haber evitado la agresión? Quizás hubiera tenido ocasión de prevenir una situación de riesgo, pero de ningún modo puede ser ella acusada, como antaño, de ser la responsable de infligir dicha agresión y abuso de poder. En caso contrario, podemos banalizar el hecho que partidos de ultraderecha en Hungría reclamen de nuevo listas de judíos y gitanos, e incluso justificar que así sea por las características de peligrosidad “intrínsecas” de dichos colectivos.

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Hola!
Voto por la opció B
un saludo
Lena

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