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« en: Febrero 25, 2013, 00:10:18 »
Soy profesor de Secundaria y desde hace unos 9 cursos todo o casi todo mi alumnado es gitano. A las chicos y las chicas las veo cada día, a sus padres y madres muy a menudo, a veces paseo por su barrio (en el que vive algún familiar mío y también algunos de mis amigos de la infancia) y he estado en algunas de sus casas.
He tenido decenas de discusiones con compañeras y compañeros de trabajo sobre si los gitanos son machistas, las gitanas sumisas y todo el folclore que acompaña al que se quiere hacer el enteradillo sobre el mundo gitano. Digo enteradillo (o enteradilla) porque nadie de los que se reafirma en los prejuicios racistas pasa mucho tiempo en mi instituto y, además, ese tiempo suele estar plagado de conflictos. Los niños y las niñas son jóvenes, pero no son tontos y, como los adultos, no soportan que no se les respete.
Los que ya llevamos años, unos con más y otros con menos prejuicios, unos con más y otros con menos conflictos, no dedicamos el tiempo al folclore: bastante tenemos con intentar que el alumnado venga, aprenda y pueda seguir estudiando.
Palabra de Gitano no refleja la realidad gitana, sino lo que los payos racistas quieren ver de los gitanos. Lo mismo ocurre con afirmaciones como esta: “para un niño gitano, por ejemplo, es un verdadero drama someterse a la autoridad de una mujer profesora. Es un drama. Porque en su familia, a lo mejor con doce años, está dándole órdenes a su madre, y no digamos a sus hermanas”. Mucho me temo que ni las personas del programa ni Enguita pasan sus días trabajando con personas gitanas... El drama para una alumno gitano no es tener una profesora, sino no aprender, ni acreditar, ni poder seguir estudiando, igual que cualquier otro alumno. Y, por cierto, para mi alumnado, algunas de sus profesoras han resultado claves para que pudieran seguir estudiando y dibujar un futuro mejor que su presente.